Por Kevin Molina.
Durante varias campañas presidenciales consecutivas, mientras gobernaba el progresismo en el país, varios líderes de opinión de la prensa mercantil y otros voceros de los poderes fácticos difundían repetidamente una frase hecha, que tomó aceptación en buena parte de la sociedad: “Ya debe gobernar el «empresario exitoso»”.
Pero, ¿quién es este «empresario exitoso»? Es una figura muy pudiente en el ámbito económico, cuenta con un poderoso grupo empresarial que lo respalda y redes de contactos probos e influyentes. Además, aparentemente es un empresario eficiente y capaz.
Con la idea del «empresario exitoso» en mente, mucha gente pensó que iba a gobernar sin ninguna intención de usufructuar de los recursos públicos. Imaginó que atraería importantes inversiones extranjeras, que generaría un clima pleno de libertad y democracia, y que crearía condiciones favorables para lograr que vivamos como en Dubái.
Este imaginario fue sostenido cotidianamente por los medios hegemónicos, y también por una millonaria campaña electoral llena de odio, injurias y artificios del marketing político. Así llegó a Carondelet el «empresario exitoso». El «empresario exitoso» no nos convirtió en Dubái.
Ya en el ejercicio del poder se esperaba que gobierne con un equipo ejecutivo capaz de trazar una ruta de gobernanza con objetivos claros y cuantificables.
¡Pero no! Se rodeó de gente que desprecia lo público que minimiza la capacidad del Estado para atender necesidades urgentes. Hemos pasado de obtener la cédula en 20 minutos, a obtenerla en meses. De ser el tercer país más seguro de la región con 5.7 homicidios por cada cien mil habitantes, a pasar a más de 20. De inaugurar Escuelas del Milenio, a pedir contribuciones a los padres de familia para arreglar pupitres y pintar aulas. Después de casi un año y medio en el poder, solo quedan retazos del Ecuador. ¡Somos un auténtico Estado en descomposición!
Tras 10 años de campaña, tras 10 años buscando gobernar, el empresario exitoso llegó con hambres atrasadas: a liquidar empresas públicas, a rifar los recursos públicos entre su argolla, a consolidar al Ecuador como una vergüenza internacional.
En consecuencia, después de casi un año y medio en el poder, solo quedan retazos del Ecuador ¡Somos un auténtico Estado en descomposición!
Ahora sabemos que un «empresario exitoso» no es necesariamente un buen presidente. Es que no es lo mismo administrar una empresa, que gobernar un país. No es lo mismo manejar estados financieros, que cuentas nacionales. No es lo mismo buscar rentabilidad, que buscar el bien común.