Por Prometeo

Más allá de poder enfrentar a este mundial en específico y al fútbol en general, he de confesar que por supuesto me alegre que Ecuador gane su primer partido del mundial.

Mi pareja y yo decidimos no ver el mundial, por una cuestión de coherencia, pero igual me alegre.

Y ese es el problema. Sí, problema, porque pese a estar viviendo en una sociedad convulsionada con más de 3,700 asesinatos en lo que va del año (algunos de manera extremadamente violenta), con ya no sé cuántas crisis carcelarias que generan ya ni se sabe cuántas centenas de muertes. Que me alegre de que Ecuador gane un partido es el problema, porque vivimos en una sociedad donde todos los días nos roban y no precisamente por tener dinero, sino al revés, es el robo con extrema violencia de pequeñeces, un celular, una mochila a un estudiante -me van a decir que un estudiante ecuatoriano promedio tendrá pertenencias de valor en su mochila-.

Pese a vivir en esa sociedad que no alcanzo a describir, existe algo tan abstracto como “el fútbol”, que nos devuelve un oasis de alegría, un espejismo de esperanza en algo, de abstraernos de una puerca realidad que nadie quiere vivir.

Es por eso que, pese a alegrarme, detesto el fútbol.

Entiendo el llamado deporte rey, lo he jugado de manera intensa, pero he pasado de adorarlo y ser el clásico enfermo que grita frente a una pantalla se desespera y también sale a la Víctor a celebrar una victoria, a detestarlo por ser una de las causas más grandes de evasión.

Las evasiones que la sociedad nos entrega (sexo, drogas, alcohol, trabajo, fútbol, etc.) en realidad sirven para sacarnos de nuestras miserables vidas y darnos un escape y un sentido.

Escape porque en el momento que consumimos esta evasión, en ese momento nos saca de esa vida de mierda que normalmente tenemos. Pero si de fútbol se trata encima nos da un propósito, el de pertenecer, ser parte de, eso es un hincha.

Soy hincha de mi equipo y sé que no es algo que se elige, no es una decisión. Existe un dicho que reza “antes me cambio de sexo que de equipo” y entiendo esa máxima, formo parte de ella.

Soy un hincha de mi equipo -que no pienso decir cuál es para no delatarme- y lo voy a seguir siendo hasta la muerte. No elegí ser de ese equipo, simplemente soy de ese equipo.

Esta evasión, el fútbol, tiene mínimo estas dos capacidades que quiero destacar aquí y hoy, la de evadirnos y la de pertenencia.

Pero con las canas y la edad he llegado a ver la otra cara del fútbol, la de hacer un mundial en un país sin canchas de fútbol, donde han trabajado en régimen de semi esclavitud más de 50,000 trabadores y han muerto más de 6,500 por construir esos estadios donde después del mundial, nadie va a jugar. Y todo por el capricho multimillonario de una familia feudal.

He visto la cara de tráfico de seres humanos que genera el fútbol en nombre de una esperanza, y he visto la cara de centenas de miles de personas que no han llegado a nada y que han perdido su vida intentándolo.
Sé que muchas de las palabras aquí escritas se pueden tergiversar ¿Quién no quiere tener esperanza? ¿Quién no quiere intentarlo? ¿Quién no quiere un momento de alegría? Son palabras positivas y buenas, pero lo malo es el contexto. Hoy en día seguimos viviendo en una mierda de país, pero estamos mas contentos que hace par de semanas ¿Por qué? Simplemente porque ganamos un partido de fútbol.

El fútbol por desgracia esta sirviendo como el circo romano con su sangre sirvió a Roma, está tapando la miseria de vida que tenemos con un balón de fútbol.

 

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